Discurso de Inauguración del Año Académico 2025 del Rector de la Universidad de los Andes

22 de abril de 2025

José Antonio Guzmán
Rector

Antes de comenzar formalmente estas palabras, quiero expresar el profundo dolor que nos ha causado el fallecimiento del Santo Padre. Su partida ha conmovido a la Iglesia entera y compartimos esa pena con sincera gratitud por su vida entregada al servicio de Dios, de la verdad y del hombre. Su testimonio de fe humilde y firme permanecerá como una luz para todos nosotros, y especialmente para quienes, como en esta universidad, intentamos que la verdad y el amor sean el corazón de nuestro quehacer. Rezamos por su alma, y también por la Iglesia, para que el Señor la siga guiando con sabiduría y fortaleza en estos tiempos difíciles.

Con alegría y con pena a la vez, inauguramos el año académico 2025, trigésimo sexto de nuestra historia. Como se ha expuesto en la memoria recién leída, el año pasado estuvo colmado de frutos en docencia, investigación y vinculación con el medio. Lamentamos profundamente que nuestra Secretaria General, la profesora Pilar Ureta, no haya podido dar lectura a esta memoria, que preparó con tanto esmero y dedicación. Confiamos en la pronta y plena recuperación de su marido, Nicolás, tras el grave accidente que sufrió.

Agradezco de manera muy especial al profesor Fernando Figueroa por su clase magistral inaugural, testimonio de su notable aporte científico y de sus largos años de servicio a la Universidad en distintos roles de gobierno. Aprovecho esta ocasión solemne para agradecerle públicamente su valiosa contribución a la Universidad de los Andes.

Entre los diversos hitos mencionados en la memoria, uno destaca con particular relevancia: la visita de nuestro Rector Honorario, que tuvo lugar en julio del año pasado. Durante su breve pero significativa estancia, don Fernando nos recordó que la identidad cristiana de una universidad no es una añadidura externa ni un mero adorno institucional, sino una fuente originaria que da vida y sentido a la labor académica. Las universidades nacieron históricamente en el seno del cristianismo, porque el deseo de conocer la verdad —sobre el mundo, la persona y Dios— es, en sí mismo, profundamente cristiano.

Señaló que esta identidad debe vivirse tanto en el plano institucional como personal: una estructura cristianamente organizada solo da frutos si está animada por personas con una vida cristiana auténtica. Esa vivencia se expresa especialmente en la entrega generosa al prójimo, en la lucha contra el individualismo y en una comprensión de la universidad como una comunidad colaborativa, abierta al diálogo y al servicio.

En coherencia con ello, la excelencia profesional y la primacía de la persona son pilares esenciales de esta identidad. La búsqueda del trabajo bien hecho, promovida por san Josemaría, no solo es una exigencia ética, sino también cristiana: lo humano —el trabajo universitario en todas sus manifestaciones— puede ser elevado al orden divino. Al mismo tiempo, cada persona vale más que cualquier estructura, y cuidar a cada miembro de la comunidad universitaria es condición indispensable para construir una comunidad auténtica. Esta visión se proyecta también en el gobierno universitario, que ha de ejercerse como un servicio, con sentido colegial, escucha activa y promoción de la justicia y la caridad en todos los niveles.

El respeto a la libertad es también clave. Don Fernando afirmaba que “el amor a la libertad en la universidad es de gran trascendencia, justamente porque es una virtud esencialmente cristiana. En este sentido, hay que respetar todo lo que es opinable, no solo como si fuera algo donde no hay más remedio que ceder, sino como una riqueza positiva, para no imponer nunca como verdad o como necesidad aquello que no lo es”.

Añadía: “ciertamente hay muchas cosas opinables que uno puede defender con calor, porque está convencido, como en materias científicas, sociales o culturales. Los profesores exponen desde su ciencia ideas opinables y pueden defenderlas con pasión, pero respetando siempre el límite de lo que no es evidente ni absolutamente necesario, es decir, respetando la libertad de pensar y de expresar opciones contrarias”.

Finalmente, el Prelado del Opus Dei nos manifestó que esta identidad cristiana debe tener una presencia pública, perceptible como un rasgo distintivo en el ambiente universitario nacional. Esta se hará notar principalmente en la calidad humana y profesional de sus miembros, y en la manera en que se busca la verdad.

Quisiera también referirme, en el marco de esta inauguración, a un tema que ha suscitado preocupación entre muchos de nosotros: la libertad universitaria. Esta es esencial para el cumplimiento de nuestra misión —como lo hemos leído en las palabras de nuestro Rector Honorario—, y puede verse amenazada tanto por la injerencia del Estado y sus órganos en nuestras actividades como por ciertas corrientes intelectuales que adquieren la fuerza de nuevos dogmas. Me centraré en esta ocasión en el primer aspecto.

En lo relativo al papel creciente del Estado en la actividad universitaria, dos temas han destacado en los últimos meses: el rol fiscalizador de la Superintendencia de Educación Superior y la nueva propuesta gubernamental de financiamiento universitario.

La Superintendencia, creada hace siete años, fue dotada desde sus inicios de amplias atribuciones, las que han sido reforzadas aún más por leyes posteriores. Es cierto que la actividad universitaria compromete la fe pública, y que esta debe ser resguardada. Sin embargo, también es cierto que las universidades poseen una notable capacidad de autorregulación, que debe prevalecer siempre que sea posible, para resguardar una autonomía que es valiosa para la sociedad. No por casualidad, las universidades figuran entre las instituciones que gozan de mayor confianza ciudadana. Espero que con el tiempo este órgano alcance la madurez institucional necesaria para equilibrar adecuadamente los bienes que debe proteger.

Durante el año pasado, la Superintendencia realizó una serie de fiscalizaciones en nuestra Universidad. De ellas obtuvimos aprendizajes significativos, aunque también implicaron un uso considerable de recursos financieros y humanos. Siempre nos esmeraremos por cumplir cabalmente la ley, poniendo en el centro el cuidado de las personas. Pero al mismo tiempo, necesitamos contar con un amplio margen de libertad que nos permita desarrollar nuestra tarea con eficacia.

El proyecto de ley sobre financiamiento de la educación superior, que busca reemplazar el actual sistema de crédito con aval del Estado, plantea también inquietudes relevantes. Desde la perspectiva de las universidades, el régimen propuesto se asemeja notablemente al sistema de gratuidad. El Estado fijaría los aranceles y regularía las vacantes, dejando fuera solo a los estudiantes del décimo decil.

Quienes trabajamos en educación superior sabemos lo difícil que resulta estimar con precisión los costos reales de las carreras, los cuales varían significativamente entre universidades y facultades. Este modelo, en consecuencia, tiende a fomentar la homogeneización de la oferta académica, desincentivando la innovación curricular. En un mercado laboral que cambia rápidamente, las instituciones de educación superior necesitan ofrecer programas nuevos y pertinentes, que respondan a los desafíos emergentes de la formación profesional y personal.

A ello se suma el riesgo de que el nuevo sistema promueva, sin quererlo, una mayor segregación socioeconómica entre los estudiantes universitarios. Las instituciones buscarán atraer al mayor número posible de alumnos del décimo decil. En nuestra Universidad hacemos un esfuerzo sostenido por otorgar becas socioeconómicas a quienes lo necesitan, pero este compromiso podría verse afectado por el nuevo modelo.

La experiencia internacional reciente nos muestra el poder que el financiamiento estatal puede otorgar al Estado sobre las universidades. Si bien en Chile dicho poder no se ha utilizado con fines políticos, conviene ser cuidadosos. La diversificación de las fuentes de ingreso fortalece la autonomía e independencia de las universidades, y esto, a su vez, favorece su capacidad para cumplir con fidelidad su misión al servicio de la sociedad.

Con este espíritu, iniciamos este nuevo año académico con gratitud por lo realizado y con renovada esperanza en lo que vendrá. Reafirmamos nuestra identidad cristiana como el alma de nuestra misión universitaria; valoramos la libertad como condición esencial para la búsqueda de la verdad; y defendemos la autonomía institucional como un bien social que merece ser resguardado. Confiamos en que, a través del trabajo bien hecho, la colaboración generosa y la fidelidad al proyecto fundacional, seguiremos aportando al país y a la cultura con la excelencia humana y profesional que nos distingue.