Homilía y fotos de Corpus Christi

Homilía Mons. Álvaro Chordi

30 de mayo de 2024

Hoy celebramos la fiesta y procesión del Corpus Christi. Un día como hoy, hace 25 años, en la solemnidad del Corpus Christi, D. Miguel Asumendi, Obispo de Vitoria, me ordenó sacerdote con otros cuatro compañeros. En esta ocasión, deseo compartirles brevemente mi vivencia de la Eucaristía.

Desde niño he vivido la Eucaristía como algo importante. Uno de los primeros recuerdos religiosos de mi infancia era una eucaristía celebrada con el colegio en una campa preciosa y en un ambiente festivo y jovial. Desde niño iba con mis padres y mis seis hermanos a la eucaristía parroquial. De joven frecuenté un centro de la Obra donde se forjó mi espiritualidad eucarística. Por aquella época, cuando estudiaba bachillerato (3 y 4 medio), aprovechaba el recreo para ir a adorar el Santísimo en la Capilla de la Veracruz (s. XVI) cercana al colegio donde estudiaba. En mi juventud celebraba la eucaristía en mi parroquia y con mi comunidad. Todas mis grandes decisiones han pasado por el altar. Los momentos más importantes de mi vida han encontrado el marco más adecuado que me podría imaginar: la Eucaristía. Hasta el punto de que la tarjeta de mi ordenación presbiteral fue un altar cuyas raíces se comunicaban con las casas de los vecinos.

Yo soy devoto de san Carlos de Foucauld. Para este geógrafo y explorador en su juventud, místico contemplativo en su madurez, referente de la espiritualidad del desierto, su gran tesoro era el sagrario, la adoración eucarística a la que dedica muchas horas: “Estoy en la misma paz, paz que se acentúa, que encuentro por la gracia de Dios, delante del Sagrario” (16 septiembre 1891). “Vos estáis ahí, mi Señor Jesús, en la Sagrada Eucaristía, a un metro de mí, en el Sagrario” (Retiro Nazaret 1891). Para Carlos de Foucauld, la adoración eucarística es vital al ser humano: “Adorar la Sagrada Hostia debería ser el fondo de la vida de todo ser humano” (15 diciembre 1904). Vivir la eucaristía nos compromete con los demás, con los más pobres. En la adoración Carlos de Foucauld entiende que él puede y debe ser eucaristía, don de sí mismo para cuantos le rodean: “Es inclinándonos hacia nuestro prójimo como nos podemos elevar hacia Dios” (8 abril 1905).

En 1907 Carlos se queda solo y ya no puede celebrar la Eucaristía ni tampoco conservar el santo Sacramento durante varios meses. Fue un verdadero tormento para él. Pero con el tiempo se fue dando cuenta de que lo importante no era pasar ratos de adoración, ni celebrar a todo trance la santa misa, sino ser como Jesús. Fue siendo progresivamente asimilado, por decirlo así, por la realidad eucarística, que expresa la oblación de Jesús a su Padre y el don de sí mismo en alimento a los hombres. En adelante, sabe que la contemplación de Jesús en la Eucaristía, exige de él que se entregue totalmente al Padre y se deje comer por los demás, en una vida que sea prolongación de la Eucaristía.

Vivir la Eucaristía es entregarse a los demás, llegando a ser para ellos, por el amor y la contemplación eucarística, algo ‘devorable’. La Eucaristía ha sido para mí una fuente donde ha manado agua viva. He aprendido a amar y servir al estilo pascual de Jesús al ritmo de mi vivencia espiritual de la Eucaristía. Es la mejor escuela de amor extremo. Cuando presido la Eucaristía, siento que mis propias cruces y las que toca soportar de otros quedan relativizadas y adelgazadas al ser testigo de la cruz soportada por nuestro Señor Jesús. Recobro fuerzas, aliento, ánimo, sentido. Suaviza mi dolor e inunda de sentido mis penas. Me sosiega y me genera dosis de pasión y entrega. Es el mejor bálsamo que conozco para aliviar las cargas pesadas.

A menudo experimento que la Eucaristía me hace hijo y hermano. La Eucaristía me consolida en el amor primero. La Eucaristía me recupera para el Reino. La Eucaristía me proyecta a la misión y me desnuda de mis autosuficiencias. La Eucaristía me sobrecoge y calienta el corazón, me introduce en un misterio que me sobrepasa y no controlo, me injerta en el proyecto de Dios. La Eucaristía recrea las relaciones fraternas. La Eucaristía universaliza mi amor y aquilata mi corazón célibe.

Por último, la eucaristía es misión. “Se falsea la cena si no es el lugar adonde vuelven los ‘misioneros’ y el lugar desde el que parten”. Pienso que el futuro de nuestras comunidades, de nuestra gran ciudad y de nuestro país pasa por garantizar que cada persona respire más profundamente en la fe, indispensable para desencadenar un dinamismo misionero, como nos suele recordar nuestro arzobispo D. FernandoChomalí. Todo ello partirá de la Eucaristía, volverá a ella, se realizará por la atracción del Resucitado y por el contagio con los que viven de Él.

Último de Sello UANDES